El mundo, sus caminos, y sus variables, pueden cruzarse en nuestras vidas en cada viaje que hagamos con el cuerpo y con el alma. Solo hay que animarse.

jueves, 30 de mayo de 2013

Viaje al fin del mundo - 2013

Luego de posponer en el 2012 el viaje a Ushuaia por el Norte y un tramo de la Ruta 40, este año decidí finalmente hacerlo. Y no solo, sino junto a dos XTZ 250 mas.
Una,  la de Leonardo (“El flaco”, para nosotros), la de Claudio (alias “El tano”), y la mía.
Las tres, modelo 2010. La mía, con dos viajes ya hechos (Mendoza y Chile en 2011, NOA y Ruta 40 en 2012), y las otras dos, sin salir de Buenos Aires hasta entonces.
“El flaco” se encargo de la puesta a punto de las tres motos. Le hizo todo lo que se le puede hacer y más: aceite, filtros, transmisión, válvulas… Y hasta jugó con la altura de su moto, despegando el asiento un poco más del suelo. El “Flaco” es conocido en el rubro de las motos de pista, y es el hechicero de las puestas a punto y las reparaciones en su taller.
Yo me encargue de la planificación del viaje, y de las rutas a transitar.
Entre los 3 llevamos: 4 bidones de 5 litros, y uno de 10. Una cadena de repuesto, cámaras, inflasellas, inflador, filtros, bomba de nafta, etc.




Día 1 | Sábado 26 de enero.

Ese día, no sé como hice para matar la ansiedad de semejante aventura, pero…¡me quede dormido!
Me despertó el llamado del Flaco a las 6 de la mañana de dicho día. Me estaban esperando en la  Shell de Acceso Oeste y Martin Fierro, a unas cuadras de casa. Así que me prepare en tiempo record, y en menos de 15 minutos, ya estaba en la Shell. Cabe aclarar, que la moto ya había quedado preparada del día anterior.
Así que salimos nomas… Tomamos el Acceso Oeste hasta Lujan, para luego retomar por la ruta nacional N°5. Luego de unos 130 kilómetros, paramos a desayunar en una YPF en Chivilcoy. Evidentemente, habíamos “canchereado” el frio, por lo cual el desayuno se extendió un rato largo, hasta retomar temperatura.




Con el sol un poco más arriba, retomamos el viaje con la ruta en muy buenas condiciones por suerte, donde paramos a cargar nafta en 9 de Julio, Pehuajo y luego en Trenque Lauquen, para luego parar a almorzar algo rápido en una YPF de Santa Rosa, La Pampa. El tramo se había hecho bastante largo.
Allí hicimos unos pocos kilómetros y nos detuvimos en un costado de la ruta a la sombra de unos árboles, a charlar y dejar que el tiempo pase y el calor de la tarde aflojara un poco.
Luego de un largo rato, seguimos viaje hasta General Acha, la última parada antes del cruce de la ruta del desierto. Allí, encontramos un lindo y sencillo hospedaje sobre la ruta 152, antes de la entrada al pueblo. El dueño del mismo, tenía una XT 225 -la predecesora de nuestras XTZ250-, con quien intercambiamos unas cuantas palabras.




Luego de los mates del Tano, de las duchas, y del primer relax mirando el atardecer, fuimos a cenar a una parrilla del pueblo, la cual nos pareció un poco cara. De todas formas, repusimos energías, y nos fuimos al sobre para descansar.




Día 2 | Domingo 27 de enero.

A eso de las 6 de la mañana, antes que el sol aparezca en acción, nos levantamos y empezamos a cargar todo arriba de las motos: valijones, bolsos, repuestos, etc.
Luego de terminar, cargamos nafta en el A.C.A. del pueblo, el cual nos demoro bastante porque había mucha gente. Ahí llenamos los bidones para encarar la desértica ruta.
Había un señor con una V-Strom y su hijo con una Falcon, comentándonos del terrible estado de la Ruta 40 en la parte mas al sur.
Luego de la charla y la carga de combustible, volvimos a la ruta 152, para hacer poco mas de 100 kilómetros para llegar a Chacharramendi, pueblo que marca el límite con un cartel imponente : “Ruta provincial 20 Conquista del desierto”.
Aquí tuvimos la primera anécdota del viaje: Antes de llegar a Chacharramendi, unos 20 km antes, vimos como un YBR 125 se nos pego en la ruta, cual pájaro se une a una bandada volando a lo desconocido. En Chacharramendi, paramos sobre unos árboles a refrescarnos y a pasar la nafta de los bidones al tanque. Ahí, el conductor del YBR se bajo y se presento. Su nombre era Tomas, y venia de Uruguay. Su destino era Valdivia, donde vivía su madre. El tema es que Tomas y Leo (el “flaco”) se conocían. Leo había dado una campaña de servicio técnico en Uruguay, y Tomas lo conoció ahí. Así que luego de charlar un rato, seguimos viaje los cuatro.









Realmente, la ruta del desierto es muy aburrida y peligrosa. Desde los que pisan el acelerador a fondo, hasta los que se van durmiendo por la recta eterna de hora y media, podemos ver que hay que estar atento, porque entre eso y el calor abrumante….se hace eterno el viaje.
Llegados a 25 de Mayo, todavía en La Pampa, nos detuvimos a cargar nafta y tomar algo, porque la ruta del desierto nos había dejado de cama. Eso sí, la YPF que aparece como si fuera un “oasis” en luego de tal ruta se aprovecha un poco de ser “lo primero” que aparece, y los precios de mercado no son para nada normales. Así que luego de la carga, nos adelantamos un poquito hasta antes del límite con Río Negro, donde se ve el ancho Rió Colorado.




Ahí, en otra YPF, nos detuvimos a almorzar. El aire de la estación no andaba, y afuera, justamente era lo que no corría. El sol quemaba la piel con rapidez, y sumado a que ya habíamos atravesado la ruta del desierto, las ganas de una siesta fresca tentaban… Tomas decidió saludar y seguir viaje, porque lo esperaban en Neuquén ese día para dormir. Así que con una decisión muy fuerte, se sumergió en el agobiante baño de sol de la tarde pampeana. Nosotros, nos adelantamos unos pocos kilómetros, y nos refrescamos las piernas en un charco (Sinceramente, no dábamos mas del calor).





A eso de las 5 de la tarde, emprendimos viaje hacia Neuquén. No teníamos un lugar definido donde dormir, ya que iríamos calculando con la puesta del sol para evitar manejar de noche. El “flaco” conocía gente en Cippoletti donde podríamos hospedarnos, pero yo pensé que si no avanzábamos un poco más, poco a poco, nos iríamos retrasando. Así que decidimos pasar Neuquén de largo.
En la ciudad de Neuquén, ya con los tanques de nafta nuevamente llenos, dando vueltas y tratando de salir a la ruta 22, para continuar hacia Plaza Huincul, nos detuvimos en un semáforo. Un grito con una tonada rara se escucho, pero yo sinceramente no había visto a nadie. Era Tomas, que estaba perdido y nos vio pasar y salió a buscarnos. Así que nuevamente, se unió a “la bandada” y seguimos viaje.
Tomas no pudo encontrar la casa donde había arreglado quedarse a dormir, ya que en su GPS no aparecía, y quienes lo querían ayudar en la ciudad, decían que no existía.
El sol ya empezaba a caer. La ruta 22 en dirección opuesta a donde nosotros íbamos, era un sin fin de vehículos de no creer. Por momentos, se colapsaba, y se detenía en ambas manos. Sin embargo, seguimos viaje sin parar.
Llegando a la bifurcación entre la 22 y la 237, el sol ya había desaparecido. Solo su esplendor tenía el horizonte del oeste con un tono más claro, mientras que del otro lado, una luna gigante parecía perseguirnos. Seguimos viaje hasta Plaza Huincul y Cutral Co, donde cargamos nafta mientras de la mano de enfrente de la ruta, se veían las gigantes instalaciones de las refinerías.
Dimos unas cuantas vueltas para conseguir hospedaje y poder cenar. Luego de tantas vueltas, ya con la panza llena, a eso de las 12 de la noche pudimos tirarnos a descansar los cuatro.





Día 3 | Lunes 28 de enero.

A eso de las 7, ya habíamos arrancado con los motores entre las piernas. La ruta seguía siendo la 22, hasta Zapala. Allí, luego de cargar nafta en una YPF y de saludar a Tomas, quien cruzaría a Chile para llegar a Valdivia en el día y ver a su madre, volví a sentir “eso” que todo motociclista debe sentir al ver su sombra sobre la ruta 40, la ruta más hermosa que puede tener este gran país.
Ya en el viaje a Mendoza, pude recorrer unos pocos kilómetros de la mítica Ruta 40, mientras que en el norte desde las Salinas Grandes hasta casi el Parque Nacional Talampaya, con más de mil kilómetros de la misma, la mayoría de ripio y caminos estrechos y únicos.
Así que así seguimos viaje. A unos pocos kilómetros de subirnos a esta única ruta, una melodía de bocinazos fue tocada: Era el saludo con Tomas, quien doblaba en una rotonda para encarar al país transandino.  Empezamos a “bajar el mapa”, deleitándonos con los paisajes montañosos, y las curvas y contra curvas que aparecían una y otra vez.






Nos detuvimos a almorzar algo rápido en el A.C.A. de Junín de los Andes. Allí estiramos un poco las piernas, y nos preparamos para empezar seguir bajando por los Siete Lagos.
La ruta, cada vez mejor, nos acerco a San Martin de los Andes. Un hermoso lugar, con mucha inversión, y con una de las mejores playas cordilleranas. Ahí nos metimos un rato en el agua, y descansamos con unos mates. Después, seguimos por el ripio de la ruta hasta Villa La Angostura.






La ruta de ripio fue un hermoso desafío. Con Leo ya teníamos cierta experiencia con la superficie, pero para “el Tano”, era algo nuevo. Así que nos ajustamos un poco a su velocidad, y tratamos de seguir los tres juntos, aunque de vez en cuando con el Flaco nos “emocionábamos”  acelerando y lo perdíamos…
Finalmente, llegamos a Villa La Angostura. Debo admitir que pocas ciudades demuestran tanta hermosura cuando uno llega. Otro A.C.A. nos abasteció de combustible luego de tener un segundo almuerzo a eso de las 6 de la tarde en plena avenida de la villa. Luego de averiguar dónde hospedarnos, nos dirigimos al Hotel Angostura, con playa, embarcadero, y vista al lago Nahuel Huapi y un hermoso parque lleno de rosas. Luego de abonar la estadía, nos fuimos a la playa a “congelarnos” con el agua del lago. Nos quedamos mirando cómo se ponía el sol, y tomando unos mates, apreciando el silencio del lugar.
Esa noche cenamos ahí mismo, y nos fuimos a dormir luego de la ducha.














Día 4 | Martes 29 de enero.

Entre mates y cachivaches del viajero,  el amanecer nos vio sentados en el jardín, mirando el lago.



Luego de cargar todo, empezamos con la ruta del día. Así dejamos La Angostura, un lugar hermoso y reconstruido con el esfuerzo de su gente después de las cenizas que dejo aquel volcán hace unos años.
La ruta siguió siendo cada vez más hermosa, con lagos y azules para donde miráramos. El frio empezó a ser protagonista en las mañanas del viaje, pero nunca como lo sería el viento más adelante… La cámara del casco del “Flaco” salió volando en una curva, la cual nos hizo demorarnos unos instantes para ir a buscarla.
Entramos a Bariloche, pero solo para cargar nafta, y sacarnos unas fotos en el Centro Cívico. Bariloche es muy lindo, pero volvíamos a respirar ese aire de ciudad, que nos hizo irnos rápidamente…




Seguimos viaje, por la 40 con destino a El Bolsón, lugar que amo y que he visitado antes varias veces. La ruta, con algo más de cien kilómetros entre Bariloche y el destino, ofrece curva y contra curva con los lagos a los costados. Había un intenso tránsito, y motos de algunas partes del mundo. Para envidia nuestra, vimos un pelotón de XT660Z que habían venido de Europa.
Llegando a El Bolsón, empezamos a ver las ferias y cervecerías que adornan los costados de la ruta. En una YPF antes del centro cargamos nafta, lubricamos cadenas como en cada parada, chequeamos el estado general de las motos, y nos dirigimos a la Plaza Pagano, emblema de El Bolsón, con el cerro Piltriquitron de paisaje en el este, y las montañas precordilleranas en el oeste.




Ahí almorzamos en la plaza algo rápido, mientras veíamos un sinfín de gente entrando y saliendo en la galería de la feria de artesanías, la mas grande que me ha tocado visitar en todo el pais. Una vez más, abrimos el mapa y señalamos como destino Esquel, con lo que rápidamente luego de almorzar, volvimos a la 40. A pocos kilómetros, la ruta según mi memoria se bifurcaría, y señalaría la continuación de la 40, y la ruta provincial 16.
Yo ya conocía Lago Puelo, pero sería una picardía no volver a ir, y que los demás no lo vieran. Así que les dije de ir, y ellos no tuvieron drama….
¿Drama? ¡Mas que chochos con Lago Puelo! Uno de los lugares mas lindos de la Patagonia y del país, delante de nuestros ojos. Ahí nos quedamos alrededor de una hora mirando el paisaje, y viendo y considerando la hora que era y el destino que teníamos, decidimos seguir viaje.





Así que luego de dar vueltas para conseguir nafta porque en una YPF no había, volvimos a la ruta y seguimos bajando por la hermosa 40, pasando por el Lago Epuyen. Las obras sobre la misma se venían con más frecuencia, donde nos deteníamos por momentos a esperar la señal de paso. Ahí, empezamos a sentir unos fuertes vientos por momentos, que venían del oeste y nos hacían ir con cautela y cierta inclinación. Cabe aclarar, que la XTZ 250 no está hecha para la ruta y menos para viajes largos. Tiene su punto de gravedad bastante alto por la altura, y a esto, sumado el equipaje y/o los valijones, una leve brisa ya inclina la moto con facilidad.
A eso de las 6 de la tarde, más o menos, merendamos en una Petrobras antes de entrar a la ciudad de Esquel. Con mapa en mano, decidimos atravesar Esquel y dirigirnos hasta el Parque Nacional Los Alerces. Aprovechando el sol que se ponía tarde, empezamos a tener el viento de frente mientras cruzábamos la ciudad. La ruta hasta Los Alerces, tiene un zigzag bastante peligroso en un momento, en plena subida y bajada. Luego de unos cuantos kilómetros, llegamos a la entrada al parque. Allí abonamos el acceso, y tuvimos el primer control de Gendarmería Nacional. Nos pidieron todo lo necesario, con un tono y un humor bastante  “anti porteño”. Luego, seguimos viaje y buscamos dónde hospedarnos. Bajamos las cosas, y nos fuimos a tomar mate con el atardecer de “show” sobre el Lago Futalaufquen.
Ya de noche, almorzamos en el parque, y nos fuimos a descansar luego de hacer otro chequeo sobre las Yamaha…





Día 5 | Miércoles 30 de enero.

Con una fría mañana, mateamos y desayunamos nuevamente sobre el Lago Futalaufquen, y con las manos casi congeladas, nos dirigimos a Esquel, para cargar Nafta y desayunar nuevamente.




Luego de mirar y mirar, y volver a mirar el mapa, empezamos a dudar si podríamos llegar con el tiempo a Ushuaia, pasando por toda la 40 hasta Rio Gallegos… Así que decidimos antes de seguir viaje, bajar hasta Tecka, un pueblo muy pequeño donde cargaríamos nafta mas tarde, y empalmaríamos la ruta provincial 20, con destino a Comodoro Rivadavia. El Tano no estaba de lo mas “canchero” para probar tantos kilómetros por 40 en ripio, por lo que el cambio de ruta fue la mejor opción.
Y así fue. Primero en Tecka, luego en Gobernador Costa fue donde “picamos” algo y cargamos nafta. En este ultimo pueblo, un nuevo control de Gendarmería nos detuvo. No tardo más de dos o tres minutos el detenimiento. Uno de los oficiales nos comento el “terrible” estado del ripio de la ruta 40 en su parte sur.
La ruta, luego de haber sido árida, recta y aburrida, se empezó a poner más divertida: curvas y contra curvas entre montañas en el medio de la nada misma. Muy hermosa ruta por suerte!
El viento que nos empujaba de costado cuando “bajábamos” ahora lo teníamos de atrás, soplando como un aire constante que no paro nunca de darnos una pequeña “ayuda” con la velocidad del viaje. Llegando a Sarmiento, se pueden ver los lagos Musters y Coihue Huapi, dos gigantes espejos de agua que abastecen la zona con agua potable.
Allí en Sarmiento merendamos en un pequeño A.C.A. sobre la ruta. Cargamos nafta nuevamente, y seguimos viaje, en la recta final del día. Los pozos petroleros comenzaban a aparecer cada vez con más frecuencia, al igual que los molinos de energía eólica.


Llegando a Comodoro, hicimos contacto con la Ruta Nacional 3, la cual me dio una bienvenida no tan grata…. Frenando a escasa velocidad en un semáforo, pise sobre la superficie de la esquina y con tanto peso en la parte trasera de la moto, apenas me incline, la moto se cayó con una pesadez increíble….la cual no pude levantar solo, sino con la ayuda de Leo y el “tano”, que venían unos segundos atrás.
Buscando hospedaje, a 15 minutos de mi caída, fue el “Tano” quien se cayó subiendo a una vereda. Cuando nos dimos cuenta, la moto de el “Tano”, además de tener un plástico roto, tenia detalles como la palanca de cambios doblada, mientras que mi moto goteaba aceite, lo cual nos preocupo bastante.
Una vez hospedados en un elegante hotel de la ciudad, nos dedicamos a las motos. El “flaco” empezó a hacer sus magias, y después de un rato, el aceite ya no goteaba –de la caja del filtro de aire-, y la moto del “Tano” ya tenía todo en orden.
Comodoro Rivadavia debido a que mueve mucho capital por los pozos petroleros que están en la periferia de la ciudad, hace que la economía del lugar sea algo “salada” para los viajeros. Por eso es que el Hotel no nos pareció barato, al igual que los precios de los lugares donde uno se podría sentar a comer, por lo que picamos algo en una pizzería, y nos fuimos al sobre a descansar…




Día 6 | Jueves 31 de enero.

Luego del cálido desayuno del Hotel, cargamos todo nuevamente en las motos, chequeamos si ninguna goteaba, o tenía algún detalle que podría llegar a dificultarnos en el viaje.
Fue una mañana muy fría, y nublada. Pero lo que realmente nos llamaba la atención, era ver como todo “volaba” por el aire: el viento, ese mismo que nos había “ayudado” a llegar a Comodoro Rivadavia con rapidez, en esta oportunidad nos asusto.
Salimos muy despacio hasta una YPF, donde cargamos nafta, y donde hablamos  con el playero del lugar “¿Viento? Esto es un poco apenas….Ya van a ver lo que es” dijo el simpático empleado.
No se equivoco. Apenas salimos de la estación de servicio, una tierra levantada por el viento nos acompañaba por el suelo. Con las motos de costado empezamos a seguir nuestro viaje por la ruta 3, con una escasa velocidad y con preocupación por el día, donde el Sol no mostraba ni un rayo de luz.







Pasando Rada Tilly, un control provincial nos hizo detener y declarar unos largos minutos: a dónde íbamos, cuanto tiempo, que llevábamos, etc. Nos advirtió que el viento era fuerte, pero que podría ser peor, ya que a veces debido a ráfagas continuas mayores a 120 kilómetros por hora, la ruta se cierra impidiendo el paso momentáneamente.
Cruzando ya a la provincia de Santa Cruz, con el mar a la izquierda como aliado a la vista, y el viento por el otro lado, seguimos el viaje con las motos de costado.
Aqui fue quizás el momento donde mas miedo sentí en la Ruta 3. El “tano” a la cabeza, El flaco atrás, y yo, ultimo en la fila de las XTZ: en la mano contraria, venia una camioneta con un tráiler, el cual luego de cruzar con el “Tano” y Leo, el tráiler salió volando como un papel para el lado del mar, y la camioneta, por una cuestión de fuerza, giro en U sobre la ruta, justo adelante mío.
Unos 100 metros de distancia, y la historia hubiera sido otra, pero por suerte no paso nada mas que eso.
Llegando a Caleta Olivia, siempre con el mar a nuestro costado, cargamos nafta nuevamente. Atravesamos la ciudad, y salimos nuevamente a la Ruta 3.
La velocidad promedio debido al viento y el equipaje no supero nunca los 80 kilómetros por hora, a todo esto, con la moto de costado, y la lluvia que empezaba a tomar protagonismo.
Si la ruta que hicimos el segundo día era la “Conquista del desierto”, evidentemente quien la llamo así, nunca había transitado la ruta 3. Fue muy desgastante luchar con el viento en cada ráfaga, haciendo fuerza y magia para no caernos constantemente.
Como una especie de oasis, una YPF en Tres Cerros apareció. Allí, todo el mundo que sube o baja por el país, para. Y así hicimos nosotros, tanto como para cargar nafta, como para almorzar y relajarnos un poco después de tanto esfuerzo físico. Entre un montón de revistas que ofrecía la estación de servicio para los que comían ahí, tuve una hermosa sensación de verme en la tapa de una Informoto, precisamente la 457, donde salí relatando el viaje al norte. 





Luego de eso, seguimos viaje, sin saber cual sería nuestro destino debido a que la variable “viento” y “clima” no era algo que teníamos tan claro.
La ruta siguió siendo lo mismo. Cargamos nafta en Puerto San Julián, pero no entramos a la ciudad. La idea era seguir y seguir hasta que no podamos más.
Afortunadamente, un camión con patente “charrúa” que iba a una velocidad promedio de entre 80 y 90 kilómetros por hora, apareció y nos “colamos” en su rastro. Así, no luchamos con el viento y el viaje se hizo más ameno. El sol ya había salido, y cuando nos quisimos dar cuenta, luego de unas horas ya estábamos en el pueblo Comandante Luis Piedrabuena, un hermoso lugar de poco nombre, y de mucha calidez.


Conseguimos un muy buen hospedaje (quizás el mejor de todo el viaje en relación al precio) con vista a la ruta. Bajamos las revoluciones, y nos tomamos unos mates, mirando como pasaba la hora. El sol, que es de ponerse tarde ahí en sur en verano, parecía no desaparecer más.
Luego de cenar en un restaurant cercano a la ruta, nos fuimos a dormir, pensando en que al otro día ya deberíamos estar en Tierra del Fuego.

Día 7 | Viernes 1 de febrero



Con una fría mañana, despertamos en Luis Piedrabuena. Desayunamos como en cada mañana, llenándonos de coraje, de energías y de ganas de llegar de una buena vez a la ciudad más austral de todas.
Ya en la ruta, algo más de doscientos kilómetros nos separaron de Rio Gallegos. La ruta siguió siendo lo mismo que había sido los días anteriores, solo que esta vez el Sol nunca se tapo de nubes.
En Rio Gallegos, nos dirigimos a un concesionario Yamaha, donde hicimos el cambio de aceite, de filtro, y retocamos las cadenas y demás. La gente de “SM motos” nos brindo su amabilidad y en menos de media hora, ya teníamos las motos como nuevas para salir a la ruta nuevamente. Nos dirigimos al centro de la ciudad, donde retiramos dinero y luego a una YPF para almorzar.
Unas pocas gotas caían para esa hora, y cuando nos estábamos yendo, sobre la calzada nueva y resbaladiza de la estación de servicio, me patino la rueda trasera y la moto se me fue nuevamente para el mismo costado, con lo que volví a caerme de la misma manera. Esta vez el cuerpo quedo dolorido, sobre todo en la pierna, pero no fue excusa para no seguir el viaje.
Así que seguimos por la Ruta 3, bajando, hasta el paso Integración Austral, paso fronterizo entre nuestro país y la nación hermana.


El viento que había ahí era realmente impresionante. La pequeña construcción ofrecía reparo al viento, pero llego un momento en que la gente era tanta, que no entraba. Desde la una y media de la tarde hasta las cuatro, estuvimos demorados haciendo la fila para poder salir de Argentina e ingresar a Chile. Luego de tanto papelerío, seguimos viaje con muy poca nafta por la ruta chilena 255, para luego tomar la 257 hasta la famosa “balsa” que cruza por el Estrecho de Magallanes.







Había una cola de autos, micros y camiones de unos tres kilómetros. El frio era intenso al igual que el viento, que se encargo de “picar” el mar y haciendo que la “balsa” no pueda navegar por el estrecho. Así que desde las cinco y media de la tarde hasta casi las nueve, nos congelamos esperando a que venga el transbordador. Por suerte, tuvimos esa “prioridad” de andar en moto,  y subimos en el primero que cruzo.
Fue realmente hermoso, saber que ya estábamos en la isla de Tierra del Fuego, luego de tanta espera, de tanto papelerío. Por moto nos cobraron $70 pesos argentinos para cruzar el estrecho, donde una vez que llegamos a la isla, presentando el ticket de pago pudimos bajar.
La ruta seguía siendo la 257, y toda asfaltada. Solo vimos estancias gigantes y como el sol desaparecía, allá por las 10 de la noche. Las motos ya casi andaban con el olor a nafta que quedaba en el tanque, cuando llegamos a Cerro Sombrero, pueblo que tenia estación de servicio según la gente con la que conversamos a bordo de la balsa.
Pero el frio fue tanto, que paramos en el primer hospedaje que vimos.
No nos atendieron muy bien, ni tampoco nos cobraron barato. Al ver que éramos argentinos, nos dijeron un precio y luego otro, con lo que nos pusimos de mal humor. Nos duchamos, y sin cenar por lo largo que había sido el día, nos fuimos a dormir.

Día 8 | Sábado 2 de febrero

Y finalmente, un día teníamos que llegar a la ciudad más austral del mundo…
Desayunamos en el Hotel, y nos fuimos a cargar nafta a la estación COPEC que estaba a unas cuadras. Fueron aproximadamente 35 litros entre las tres motos, a un valor de $400 argentinos….un poco salada la nafta, siendo de 93 octanos.
Hicimos unos pocos kilómetros, y la ruta se transformo en ripio. La cara del “Tano” lo decía todo: 120 kilómetros ripio hasta poder salir de Chile, y llegar a San Sebastián, primer pueblo argentino.
La ruta de ripio, se caracterizo bastante por no estar señalizada. Siendo objetivo, la ruta está bastante cuidada para ser de ripio, pero la falta de carteles con las bifurcaciones que presentaba en algunos trayectos, nos hicieron dudar de cuál era el camino. Y si bien el GPS es un chiche hermoso, no todo el mundo está obligado a tener uno, sino que la ruta es la que debe estar señalizada. En el medio de la misma, vimos como se empezaba a hacer el pavimento de este enlace entre Cerro Sombrero y el suelo argentino en la isla.

Para las 12 del mediodía, ya estábamos en el paso fronterizo Chileno. Yo ya había hecho los trámites, mientras Leo terminaba y el “Tano” buscaba desesperado algo: Se le había extraviado el papel de entrada a Chile, con lo que no podían darle la “salida”. Nos pusimos nerviosos, y hasta amenazamos –en chiste- con dejarlo con una carpa en el lado chileno, mientras que nosotros íbamos a seguir viaje. Luego de dar vueltas y vueltas, y de revolver todo, le insistí al “Tano” que pasara por el control sin dar tantas explicaciones. Así que pasamos los tres, yo presentando el papel, y el “tano” y Leo, por el costado mío.
Luego de un pequeño trayecto, estábamos en el control argentino. Le explicamos al gendarme lo sucedido y este exclamo “¿Pero usted es argentino?... ¡Pero como no va a poder ingresar a su país!” Un alivio nos vino encima…
Luego del papeleo, y de sentir que ya estábamos de vuelta en nuestro suelo, cargamos nafta en una pequeña YPF en San Sebastián, para dirigirnos a Rio Grande.
Seguíamos con el mar a la vista, y con mucho frio.
En Rio Grande cargamos nafta y almorzamos. Luego nos fuimos a la plazoleta de la costanera, donde hay muchos monumentos en honor a los caídos en la guerra de Malvinas.
Continuamos por la Ruta 3, y llegamos a Tolhuin, lugar hermoso que nos recibió para merendar. La misma duro poco, y luego de cargar nafta, nos subimos a la recta final del viaje de ida.
La ruta 3, que nos aburrió tanto y nos lleno de miedo hasta ese día, nos sorprendió: lagos, caminos de cornisas, montañas, picos nevados. Nada es más lindo que este tramo de la ruta 3. Cada diez kilómetros, nos deteníamos para sacar fotos y contemplar los lugares hermosos que presenta este tramo. Casi 110 kilómetros, en más de dos horas de paseo, llegamos finalmente a la entrada de la ciudad, donde nos sacamos fotos y preguntamos dónde hospedarnos.





Luego de dar muchas vueltas, nos hospedamos en un hostel, donde nos recibió un peculiar señor con su mujer, dueños del albergue. Esa tarde dejamos las motos, tomamos unos mates, y nos fuimos a caminar un poco, luego de tanto andar en moto por tantas horas.
A la noche fuimos a cenar a una parrilla en el centro, y después nos fuimos a dormir.


Día 9| Domingo 3 de febrero

Una mañana hermosa pero fría vimos al despertar. Luego del desayuno, fuimos a sacarnos la foto que todo curriculum de viajero en moto quiere tener: La foto en el final de la ruta 3, en Bahía Lapataia. Así que fuimos a al Parque Nacional Tierra del Fuego, donde abonamos la entrada, y nos acercamos a la ensenada. Allí se encuentra el “ultimo” buzón de Correo Argentino del país, sobre un pequeño muelle. La vista en la ensenada es digna de una postal. Luego de varias fotos, seguimos viaje hacia el final de la ruta 3, donde el trayecto es de ripio.



En pocos minutos, ya estábamos en el famoso cartel de “Bahía Lapataia”. La emoción fue muy fuerte, ya que por cuestiones personales, haber logrado tal hazaña fue algo digno de celebrarse.







 Nos sacamos varias fotos, caminamos por la bahía, y nos fuimos a comer a la confitería que hay dentro del parque. Luego de almorzar, y de cargar la batería de mi cámara, volvimos al cartel a sacar más fotos y a seguir mirando ese lugar tan hermoso.
Saliendo del parque ya, nos dirigimos al Glaciar Martial, donde el camino es de lo más sinuoso.




Llovía, y se complicaba llegar, además del frio que hacía. Nos elevamos con la aerosilla hasta la base del glaciar, donde después caminamos un rato pero nos volvimos por el frio que sentíamos estando todos mojados.


Ya de vuelta en el hostel, merendamos y nos fuimos a caminar por la costanera de Ushuaia, para más tarde cenar en una pizzería. Compramos unos recuerdos, y nos fuimos a dormir.  

Día 10 | Lunes 4 de febrero

Ushuaia nos recibió de una manera muy amable, y nos dejo un lindo recuerdo, mas allá de que nos quedaron muchas cosas para hacer.
Ese día nos levantamos, con las caras largas del “tener que volver para trabajar”. Volvimos por la 3, la cual es la única vía que comunica a la isla entre Ushuaia y el otro extremo. La ruta hasta Tolhuin, la vimos desde otra perspectiva, la cual nos volvió a sorprender. Cargamos nafta en Rio Grande, luego en San Sebastián, y luego cruzamos a territorio chileno. Al ser lunes, casi no había gente comparado con el día de la ida, así que en unos minutos ya estábamos en la ruta de ripio, en camino al cruce del estrecho de Magallanes.




Cuando mencione que la ruta no tenía un solo cartel, no exagere. En un momento nos confundimos, y yo elegí el camino que no era, y terminamos en una ruta que en definitiva, salía al mismo lugar, pero que era distinta, lo cual nos desconcertó y nos dio un poquito de miedo.
Para colmo, saque el mapa que usamos siempre, y una ráfaga se lo llevo a volar por los aires, el cual tuve que salir corriendo a buscar para no perderlo.
Luego de una hora y media, y de atravesar una ruta hermosa, llegamos al asfalto, para encaminarnos, con poca nafta hacia la balsa. La misma, justo venia, así que no demoramos mas de 10 minutos en ya estar arriba, cruzando al continente.





Hicimos el tramo hasta el paso Integración Austral, donde terminamos con los benditos papeles, y salimos a nuestra desértica ruta 3, la cual nos llevo a Rio Gallegos. Allí, pasamos a saludar a la gente de “SM motos” y decirles que estábamos enteros, y luego, a buscar hospedaje.
A la noche, cenamos en el centro y nos fuimos a descansar para tener un largo viaje al siguiente día.

Día 11| Martes 5 de febrero

Por la ruta 3, empezamos a subir por el desierto. Primero, cargamos nafta en PiedraBuena, luego en Tres Cerros, para después llegar a Caleta Olivia, a poco más de 12 horas de haber salido de Rio Gallegos. En Caleta, nos recibió una amiga en la casa de su madre. Allí, luego de mas de 12 horas de moto, quien les escribe se encargo de hacer un asado cerca de la media noche. Agradecemos la hospitalidad de “La colo”, su novio y su madre que nos trataron como si fuéramos sus hijos, en el corazón de Caleta. Mientras cenábamos, “La colo” y su novio nos contaban sobre sus aventuras en dos ruedas por la zona cordillerana; después contamos como venia nuestro viaje, y como pensábamos terminarlo. A eso de las dos de la mañana, finalmente, nos fuimos a descansar.

Día 12| Miércoles 6 de febrero





Despertamos en la casa de “La colo” en Caleta. La madre nos esperaba con un desayuno espectacular, mucho más monumental que el de cualquier hotel. Seguimos con los relatos con la madre, y contando anécdotas. Unos minutos mas tarde, nos despedimos de los tres, y seguimos “subiendo” por la Ruta 3.
Paramos en Comodoro Rivadavia por nafta y para comprar una cubierta trasera, ya que las nuestras estaban muy gastadas, y había más probabilidades de que pinchemos.
Luego nos detuvimos en Garayalde, unos cuantos kilómetros después, recargamos el tanque y los bidones en Garayalde, Chubut.               Allí, volvimos a encontrar la edición de Informoto con mi moto en la tapa, y cuando nos estábamos yendo, se acerca un automovilista y nos pregunta “Disculpa, vengo de Trelew…¿puede ser que tu moto estaba en una revista? Porque leí toda la nota…. Te felicito!”
Evidentemente, la revista se lee en todas partes del país, y curiosamente, la de mi viaje!
Seguimos, como siempre, luchando con el viento, hasta Trelew. Allí, a eso de las cinco de la tarde, nos detuvimos a tomar un café para calentar un poco el clima, para poder subir y seguir en la recta final hasta Puerto Madryn.
Dimos unas cuantas vueltas en el centro, y conseguimos hospedaje frente al mar. Pudimos dejar las motos al costado, y luego de unas duchas, nos fuimos a conocer el centro de la hermosa ciudad.
Realmente el centro es hermoso, y tiene una gran oferta de bares y restaurantes donde pasar la noche. Luego de cenar en un restaurante italiano, fuimos a descansar.

Día 13| Jueves 7 de febrero

Con unas intensas ganas de salir a conocer Puerto Pirámides me levante.
Ya eran las 9 de la mañana, y fuimos a desayunar en el bar del Hotel, donde a través del ventana se veía el mar. Fuimos a dar una vuelta por la playa, donde caminamos hasta el muelle. Allí tardamos casi dos horas, donde pudimos ver algún que otro lobo marino dando vueltas, y contemplar la hermosa playa.
Volviendo, nos encontramos con el hermano de un compañero de trabajo, el que nos acompaño a comprar aceite para la moto. Como no teníamos más filtros de aceite, volvimos a usar Yamalube, que nunca me dio problemas en ninguno de los tres viajes. 







De nuevo en el hotel, estiramos las cadenas lubricadas, cambiamos los aceites, y ajustamos todo para los últimos tramos a casa.
Al mediodía fuimos a almorzar en la costanera, y mas tarde con Leo fuimos a la playa, mientras el “Tano” dormía la siesta. Yo tenía muchas ganas de ir a Puerto Pirámides, pero la verdad es que estaba cansadísimo de tanto viaje, al igual que el resto.
Nos quedamos toda la tarde tirados en la arena, descansando, y tomando un poco mas de Sol, ese que tanto vimos en la ruta.
Llegada la noche, fuimos a comer nuevamente, para empezar con lo que quedaba de viaje.

Día 14 | Viernes 8 de febrero

Muy cansados, nos levantamos temprano y desayunamos para salir lo más rápido posible.
Yo tenía muchas ganas de pasar por Puerto Pirámides, y de no volver tan a las corridas, pero la verdad es que los 3 en el fondo estábamos muy cansados, y queríamos estar en casa.





Así que me borre de la cabeza la idea de Puerto Pirámides, y desistí de conocer ese paraíso del que todos hablan.
Nuevamente en la Ruta 3, seguimos “subiendo”. Sufrimos un poco menos el viento, y bastante una lluvia pasajera. Antes de empalmar la ruta 251, con destino a Rio colorado, paramos a cargar a nafta en una YPF sobre la rotonda. Allí tardamos bastante porque había mucha gente.
Mas tarde, ya en la 251, el calor nos hizo sufrir mucho la ruta. En General Conesa paramos por mas nafta y para comer e hidratarnos un poco, porque el calor era insoportable.
Y lo peor, es que siguió siéndolo hasta Rio Colorado, donde un rato más tarde volvimos a parar. Allí tardamos 2 horas en volver a salir, porque sentíamos que nos derretíamos en plena ruta bajo el sol. Así que salimos, y luego de un control policial, hicimos ruta hasta Bahía Blanca. Allí nos recibió la noche, mientras cargábamos nafta en una estación de servicio.
La ciudad nos parecía que ese “aire” de ciudad nos haría volver rápidamente a nuestros pagos, por lo que decidimos seguir viaje por la 33 hacia Tornquist. La 3 era quizás mas directa, pero lo mas seguro es que estuviera llena de camiones, por lo que la descartamos.
Así que una hora y pico más de viaje, y ya estábamos en Tornquist. Cabe aclarar, que de noche algunos automovilistas se “transforman” y sacan su peor versión del conductor, por lo que hay que tener el doble de cuidado.
El pueblo nos recibió muy bien, con mucha paz, y un hermoso y económico lugar donde dormir.
Cruzando la calle, cenamos y bebimos un rato, y brindamos por la hazaña casi completada.

Día 15 | Sábado 8 de febrero

Salimos luego del desayuno y de saludar al buen hombre que nos hospedo en la parada.
De nuevo en la ruta 33, nos recibió el sol en la ruta: la zona montañosa de sierra de la ventana era una hermosa vista para la ruta, que se perdía en los espejos de las motos mientras acelerábamos. Seguimos subiendo hasta Pigue donde cargamos nafta,  para luego seguir hasta Guamini y hacer lo mismo. La mañana era soleada, y el sol ya empezaba a pegar bastante, pero no fue motivo para frenar. Nos desviamos a la ruta provincial  65, la cual es casi intransitable: cero carteles, cero señalizaciones, y abundancia de pozos a lo largo de unos cien kilómetros. Lo gracioso fue que terminando ese tramo, antes de Bolívar, vimos el único cartel que decía “Cuidado: Ruta en mal estado” Un chiste para el conductor.  Hicimos parada en Bolívar donde volvimos a cargar combustible, al igual que en Saladillo y Lobos, siempre por la ruta 205.
Ya en Lobos, el calor era insoportable, por lo que nos “refugiamos” un rato en el ultimo A.C.A. del viaje. Allí almorzamos y descansamos bastante. Nos mirábamos las caras, todos con ojos mirada de cansados, pero felices. Allí nos quedamos un rato, recordando detalles del viaje, cosas pendientes, y riéndonos un rato del “triunfo” contra el viento y el saber que nadie termino lastimado en algún accidente.
Pasadas dos horas, con un calor recalcitrante, seguimos viaje. Llegando a Cañuelas, paramos por última vez en una estación de servicio a tomar algo. Allí, entendimos que nos veríamos las caras “sin casco” por última vez. Nos dimos las últimas palmadas en las espaldas, y mientras un grupo de motociclistas de BMW nos saludo y nos felicito por la travesía en motos de baja cilindrada, nos subimos al último trayecto de ruta.
Atravesamos con sonrisas la autopista Ezeiza Cañuelas, tramo que se nos hizo cortísimo después de haber transitado la ruta 3. Lo mismo fue con el tramo de la Ricchieri, donde bajamos en camino de cintura.
Luego de unas cuantas cuadras yo quise desviarme para ir a saludar a mi novia, que me esperaba ansiosa, mientras que el “Flaco” y el “Tano” siguieron. Allí, mediante abrazos y choque de manos, nos saludamos y nos dejamos de ver las caras por unos días. Fue raro andar solo en la moto, pero era inevitable.
Finalmente, después de unas horas, volví para mi casa del tercer gran viaje de mi vida a bordo de la misma moto, donde me aparecí en mi casa de sorpresa, para festejo de todos.



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Quizás, el viaje fue muy largo para tan pocos días. Quizás el no haber hecho el resto de la 40, pasando por El Calafate, y conociendo el Glaciar Perito Moreno, fue algo que quedo en el tintero. Pero es una excusa para volver algún día de los que habrán de venir.
Este viaje fue particular: Porque desde que había vuelto del norte, había empezado a sufrir ataques de pánico, angustia, y otros trastornos psicológicos que me pegaron mucho en la salud, y con los que sigo peleando todavía.
Los doctores se negaron a dejarme ir a semejante aventura. Pero para mí fue un gran desafío; un desafío que pude lograr con la ayuda de estas dos grandes personas, Leo y Claudio.
También quiero agradecer a la gente de Yamaha Motor Argentina por la colaboración para esta aventura.

En números:
Fueron 7496 kilómetros en 15días, atravesando 7 provincias argentinas en total, con un poco más de 2000 pesos argentinos por persona de nafta.